miércoles, 23 de octubre de 2013

Los pájaros abandonados (segunda parte)

El Tordo, que sabía mucho de elegir pájaros (inclusive las malas lenguas decían que tenia la extraña facultad de elegirse a sí mismo durante varios inviernos), meditaba con los ojos entrecerrados sobre el resultado de la pasada Asamblea del Bosque y con un dejo de vanidad esbozaba una sonrisa cómplice del resultado: como lo había predicho, fueron escasos dos gorjeos y ninguno alcanzó a trinar por tres veces seguidas... pero esto recién empezaba, ésta elección ya era definitiva,  ya no se trataba de meros aleteos o trinos de prueba, ahora la lucha era por los nidos.
Apremiado por el tiempo y las circunstancias, levantó un planeado vuelo en dirección a su nido en el Arbol Grande, pero sospechó que eso provocaría un desbande y decidió establecerse en otro que si bien no era suyo como el primero, estaba lo suficientemente cerca para poder observar fácilmente los movimientos de los demás pájaros e inclusive parlotear con algunos de ellos más privadamente, cosa que no tardó en ocurrir, bien por su espíritu de conciliación o en otros casos, porque convengamos que ciertas especies saben mucho de supervivencia y han resistido vendavales por la intuición y el olfato que da el vivir en el bosque.
El primero en caer fue el cuervo, que daba la sensación de estar imitando a otro pájaro, aunque el experimentado Tordo no se decidía por cual, de todas maneras dejó que se quede en una rama bastante cercana y hasta le permitió escuchar alguna que otra conversación, éste agradeció el gesto de la mejor manera posible: guardando silencio .La vanidosa lechuza tuvo mas suerte, no se supo nunca si fue el resultado del comentario del ruiseñor encuestador o la enorme bolsa de semillas que ofreció como ofrenda de paz ante el comentario burlón de los loros repetidores, que felizmente no fue escuchado por nadie, salvo por las palomas, que vox pòpuli  guardaban celosamente los secretos del bosque, aunque nunca participaran en ninguna elección.
La hora del Mejor Pájaro del Bosque se acercaba atropellando y hasta mudando el color de algunos plumajes y ponía nervioso a más de uno, que en alguna que otra oportunidad y producto de esa situación, gorjeaba de forma inconveniente, como el caso del joven mirlo que creía buena estrategia hablar con los demás pájaros de lo que sucedía en su árbol, pero sólo conseguía ventilar cuestiones de follaje que ni lerdos ni perezosos, los gorriones se encargaban de hacer circular de rama en rama. A alguna calandria se le ocurrió posarse cerca de la rama del Tordo y hacer excelentes imitaciones (como ya era su costumbre) de otros pájaros y levantaban vuelo ufanas de haber engañado al Tordo logrando su cometido, aunque jamás sospecharon que el experimentado pájaro podía desde tiempos inmemoriales reconocer los gorjeos de cada uno de ellos y las miraba irse con una sonrisa entre cómplice y vengativa. En una de esas largas y negociadoras reuniones, el Tordo recordó a un antiguo compañero pájaro y creyó oportuno escuchar de su propio pico cuestiones relativas a la marcha del Bosque, para ello le encomendó al hábil cuervo ir a hablar con el cardenal del llano, pero vanos fueron los intentos del emisario, le fue rechazada muy cortésmente la invitación al parloteo (inclusive la agradeció) pero pretextó una limitada capacidad de vuelo y ni siquiera fue, pero ya se sabe de la naturaleza arisca de éste pájaro: ve trampas por todos lados y  gorjea a los cuatro vientos que jamás conoció una jaula, pero bien puede ser otra de las tantas leyendas forestales.
Muchos días después, el Tordo puso su estrategia en marcha. Utilizaba frecuentemente las horas de silencio, en la que la mayoría de los pájaros descansan, para maniobrar hábilmente las semillas que atesoraba en el granero (incluidas las de la lechuza) y tan sólo en una oportunidad sobrevoló el bosque con el sol en lo más alto, para demostrarse a sí mismo y a los pájaros agoreros, que conservaba intactas las condiciones de volar y trinar. Aunque tuvo la precaución de hacerlo en compañía de bandadas amigas y plumajes de confianza. Una vez, más, el bosque entero se preparaba a elegir El Mejor Pájaro del Bosque y el Tordo maniobró en función de los gorjeos, esta vez estaba seguro de poder hacer oír su trino, ese trino tan particular que reconocían en todos los bosques donde hizo nido alguna vez, quizás hasta lo estuviera esperando su propia rama, en lo más alto del Arbol Grande. Ya despreocupado, decidió descansar y se sumergió en un profundo letargo, a la espera de la inapelable decisión del Bosque.
Ya era tarde para parloteos, semillas o vuelos nocturnos, excepto las palomas, que fieles a su tradición, jamás decidían nada, los gorriones seguían alborotando las vísperas con sus correrías, los ruiseñores seguían preguntando por costumbre, los loros repetían constantemente el nombre del elegido, los cuervos cruzaban los dedos por la suerte de su alfa y las calandrias se mimetizaban con su canto entre todos los pájaros, generando la confusión de costumbre.   

Del resto de los pájaros, sólo se destacaba cierto dejo de perplejidad en los cabecitas negras; esperaron mucho tiempo la vuelta del Tordo pero ni siquiera pudieron pudieron acercarse a su rama ni probar una mísera semilla.