El Tordo, que sabía
mucho de elegir pájaros (inclusive las malas lenguas decían que tenia la
extraña facultad de elegirse a sí mismo durante varios inviernos), meditaba con
los ojos entrecerrados sobre el resultado de la pasada Asamblea del Bosque y
con un dejo de vanidad esbozaba una sonrisa cómplice del resultado: como lo
había predicho, fueron escasos dos gorjeos y ninguno alcanzó a trinar por tres
veces seguidas... pero esto recién empezaba, ésta elección ya era definitiva, ya no se trataba de meros aleteos o trinos
de prueba, ahora la lucha era por los nidos.
Apremiado por el tiempo
y las circunstancias, levantó un planeado vuelo en dirección a su nido en el
Arbol Grande, pero sospechó que eso provocaría un desbande y decidió
establecerse en otro que si bien no era suyo como el primero, estaba lo
suficientemente cerca para poder observar fácilmente los movimientos de los
demás pájaros e inclusive parlotear con algunos de ellos más privadamente, cosa
que no tardó en ocurrir, bien por su espíritu de conciliación o en otros casos,
porque convengamos que ciertas especies saben mucho de supervivencia y han
resistido vendavales por la intuición y el olfato que da el vivir en el bosque.
El primero en caer fue
el cuervo, que daba la sensación de estar imitando a otro pájaro, aunque el
experimentado Tordo no se decidía por cual, de todas maneras dejó que se quede
en una rama bastante cercana y hasta le permitió escuchar alguna que otra
conversación, éste agradeció el gesto de la mejor manera posible: guardando silencio
.La vanidosa lechuza tuvo mas suerte, no se supo nunca si fue el resultado del
comentario del ruiseñor encuestador o la enorme bolsa de semillas que ofreció
como ofrenda de paz ante el comentario burlón de los loros repetidores, que
felizmente no fue escuchado por nadie, salvo por las palomas, que vox
pòpuli guardaban celosamente los
secretos del bosque, aunque nunca participaran en ninguna elección.
La hora del Mejor Pájaro
del Bosque se acercaba atropellando y hasta mudando el color de algunos plumajes
y ponía nervioso a más de uno, que en alguna que otra oportunidad y producto de
esa situación, gorjeaba de forma inconveniente, como el caso del joven mirlo
que creía buena estrategia hablar con los demás pájaros de lo que sucedía en su
árbol, pero sólo conseguía ventilar cuestiones de follaje que ni lerdos ni
perezosos, los gorriones se encargaban de hacer circular de rama en rama. A
alguna calandria se le ocurrió posarse cerca de la rama del Tordo y hacer
excelentes imitaciones (como ya era su costumbre) de otros pájaros y levantaban
vuelo ufanas de haber engañado al Tordo logrando su cometido, aunque jamás
sospecharon que el experimentado pájaro podía desde tiempos inmemoriales
reconocer los gorjeos de cada uno de ellos y las miraba irse con una sonrisa
entre cómplice y vengativa. En una de esas largas y negociadoras reuniones, el
Tordo recordó a un antiguo compañero pájaro y creyó oportuno escuchar de su
propio pico cuestiones relativas a la marcha del Bosque, para ello le encomendó
al hábil cuervo ir a hablar con el cardenal del llano, pero vanos fueron los
intentos del emisario, le fue rechazada muy cortésmente la invitación al
parloteo (inclusive la agradeció) pero pretextó una limitada capacidad de vuelo
y ni siquiera fue, pero ya se sabe de la naturaleza arisca de éste pájaro: ve
trampas por todos lados y gorjea a los
cuatro vientos que jamás conoció una jaula, pero bien puede ser otra de las
tantas leyendas forestales.
Muchos días después, el
Tordo puso su estrategia en marcha. Utilizaba frecuentemente las horas de
silencio, en la que la mayoría de los pájaros descansan, para maniobrar
hábilmente las semillas que atesoraba en el granero (incluidas las de la
lechuza) y tan sólo en una oportunidad sobrevoló el bosque con el sol en lo más
alto, para demostrarse a sí mismo y a los pájaros agoreros, que conservaba
intactas las condiciones de volar y trinar. Aunque tuvo la precaución de
hacerlo en compañía de bandadas amigas y plumajes de confianza. Una vez, más,
el bosque entero se preparaba a elegir El Mejor Pájaro del Bosque y el Tordo
maniobró en función de los gorjeos, esta vez estaba seguro de poder hacer oír
su trino, ese trino tan particular que reconocían en todos los bosques donde
hizo nido alguna vez, quizás hasta lo estuviera esperando su propia rama, en lo
más alto del Arbol Grande. Ya despreocupado, decidió descansar y se sumergió en
un profundo letargo, a la espera de la inapelable decisión del Bosque.
Ya era tarde para parloteos, semillas o vuelos nocturnos,
excepto las palomas, que fieles a su tradición, jamás decidían nada, los
gorriones seguían alborotando las vísperas con sus correrías, los ruiseñores
seguían preguntando por costumbre, los loros repetían constantemente el nombre
del elegido, los cuervos cruzaban los dedos por la suerte de su alfa y las
calandrias se mimetizaban con su canto entre todos los pájaros, generando la
confusión de costumbre.
Del resto de los
pájaros, sólo se destacaba cierto dejo de perplejidad en los cabecitas negras;
esperaron mucho tiempo la vuelta del Tordo pero ni siquiera pudieron pudieron
acercarse a su rama ni probar una mísera semilla.